El perro, como el lobo, es un animal gregario. El gregarismo es una tendencia de especie que asegura la supervivencia. El grupo es más seguro que el individuo, el grupo es un baluarte de defensa contra los depredadores, el grupo potencia la caza y la reproducción. Perder la manada supone para el individuo disminuir su eficacia y, por tanto, un riesgo para su vida.
También los seres humanos somos gregarios. Y el perro se integra a la perfección en nuestra comunidad. Lleva haciéndolo miles de años.
En los grupos de lobos, de perros y de hombres existe un escalafón piramidal, un sistema jerárquico en que el líder decide y dirige las acciones del conjunto. El individuo alfa, generalmente un macho, realiza continuas muestras de poder, tales como ocupar la cota más elevada, dejar comida cerca de sí a modo de reto, etc. para mantener su estatus.
El perro, probablemente, considera al hombre como de su propia especie. Esto tiene la ventaja de que, de entrada, acepta su jerarquía. Pero la desventaja, en cambio, de que puede sentirse tentado a disputarle el liderazgo.
El lobo y el perro (también el hombre) emplean la agresividad intraespecífica para establecer el escalafón en la manada. Y es precisamente esta organización social la que hace al grupo fuerte y la que asegura su sobrevivencia.
Aunque el líder no suele necesitar mostrarse agresivo, los demás individuos están en un continuo devenir, en un equilibrio inestable, siempre al acecho en busca de muestras de debilidad ajena, para ascender de categoría.
Es cierto que la gran mayoría de perros aceptan su posición en la escala social familiar sin problemas. Pero algún ejemplar, independientemente de cual sea su raza o su mestizaje, es especialmente fuerte y dominante. Frente a este tipo de perro, el guía ha de hacerse respetar, ha de adoptar el papel de superalfa.
La manipulación del perro, el grooming, el administrar sus recursos alimenticios, el satisfacer sus necesidades, el practicar ejercicios de adiestramiento, ayudan. Al perro dominante no se le pueden hacer concesiones. Nosotros decidimos cuando se sale, cuando se juega y cuando se come. Y dejamos claro que los demás miembros de la familia también están por encima suyo en rango.
En el hogar, es necesario que el perro disponga de un sitio exclusivo para él, una jaula o un transportín con puerta. Será su lugar de descanso, y se sentirá seguro en él cuando vengan visitas a casa. Es preciso que aprenda y que acate las normas para que la convivencia sea posible.
¿Y en la calle?. Desterremos el concepto de que sociabilidad es igual a afectividad con los extraños. Un perro sociable, en cambio, es un animal indiferente con el entorno.
En efecto. Si fuera de casa solo está pendiente de su dueño, si no interactúa con el medio, será mucho más fácil que esté bajo control.
Únicamente podremos dar juntos un paseo tranquilo por el parque, sentarnos en una terraza o estar con otros perros si el nuestro es insensible a los estímulos que le rodean.
Entiendo que hay a quien le gusta que su perro juegue con otros. Está bien, pero, ¿Existe el riesgo de que se vea inmerso en una pelea? ¿Viene a la primera cuando se le llama?
Prefiero que mi perro juegue conmigo. Le enseño juegos de caza con pelota o con frisbee, o juegos de olfato, o deportes como la natación, la carrera o el salto y, así, nos divertimos los dos. Y nunca busca amigos, porque ya lo somos nosotros.
Defendámonos de quien nos dice: –¿Puedo tocar a su perro? Respondamos, amablemente:
–No, por favor, que lo estoy educando para que no se suba a todo el mundo.
Si cuidamos de que, fuera de casa, nuestro perro se mantenga siempre en una caja imaginaria, se acostumbrará a no interactuar con el medio. Así estaremos cómodos, nos sentiremos seguros, tendremos el control. Porque sólo con control se puede estar con perro en cualquier ambiente. Únicamente si el perro solo está pendiente de nosotros podrá estar en sociedad. Así tendremos, por fin, un perro sociable.